CAPITULO VI
LA SABIDURIA DEL CAMBIO PERSONAL
Soy un artista del vivir; mi obra de arte es mi vida.
Fiel a su palabra, Julián se presentó en mi casa al día siguiente, a las siete, y llamó con cuatro golpes rápidos en la puerta. Mi casa es un edificio a la moda con espantosas persianas rosas que, según mi mujer, recordaban las casas que salían en Architectural Design. Julián tenía un aspecto radicalmente distinto al del día anterior. Todavía se le veía radiante de salud y exudando una increíble sen¬sación de calma interior. Pero lo que llevaba me inquietó un poco.
Iba enfundado en una larga túnica roja provista de una capucha azul con bordados. Y aunque estábamos en julio y hacía un calor sofocante, él llevaba puesta la capucha.
–Saludos, amigo –dijo Julián con entusiasmo.
–Hola.
–No pongas esa cara, ¿qué esperabas, que llevara un traje de Armani?
Los dos nos echamos a reír. Julián no había perdido un ápi¬ce de su agudo sentido del humor que antaño me había entrete¬nido tanto.
Mientras nos relajábamos en mi atestada pero confortable sala de estar, no pude evitar fijarme en el complicado collar de cuentas de madera que llevaba al cuello.
–¿De qué son las cuentas? Son muy bonitas.
–Te lo contaré después –dijo Julián–. Tenemos mucho de que hablar esta noche.
–Pues al grano. Hoy apenas he dado golpe de lo nervioso que estaba por nuestro encuentro.
Además, su historia era absoluta¬mente fantástica. Imagínese: uno de los mejores abogados del país arroja la toalla, vende todas sus posesiones terrenales y emprende una odisea a pie por el norte de la India, para regre¬sar convertido en profeta del Himalaya. No podía ser verdad.
–Venga, Julián. No me tomes más el pelo. Todo esto em¬pieza a parecerse a una de tus bromas. Apuesto que has alquila¬do la túnica en la tienda de disfraces que hay en frente de mi oficina.
Julián me miró largamente.
–No me interpretes mal. Yo te respeto, John. Siempre lo he hecho. Sin embargo, igual que esta taza, tú pareces estar lleno de ideas propias. ¿Cómo van a entrar más, si no vacías primero tu taza?
Me impactó la verdad de sus palabras. Julián tenía razón. Mis años en el conservador mundo de la abogacía, haciendo siempre las mismas cosas con la misma gente que pensaba las mis¬mas cosas cada día, habían llenado mi taza hasta el borde. Jenny siempre me estaba diciendo que deberíamos conocer gente nueva y explorar nuevas cosas. «Ojalá fueras un poco más aventurero, John», solía decirme.
–John, ésta es la primera noche de tu nueva vida. Sólo te pido que pienses en los conocimientos que voy a compartir contigo y que los apliques durante un mes con total convic¬ción. Toma estos métodos confiando en su efectividad. Hay una razón para que hayan sobrevivido millares de años: es que fun¬cionan.
–Un mes me parece mucho tiempo.
–Invertir 672 horas de trabajo interior para mejorar pro¬fundamente tus momentos de vigilia para el resto de tu vida es una ganga, ¿no te parece? Invertir en ti mismo es lo mejor que puedes hacer. No sólo conseguirás mejorar tu vida sino tam¬bién las de quienes te rodean.
Fiel a su palabra, Julián se presentó en mi casa al día siguiente, a las siete, y llamó con cuatro golpes rápidos en la puerta. Mi casa es un edificio a la moda con espantosas persianas rosas que, según mi mujer, recordaban las casas que salían en Architectural Design. Julián tenía un aspecto radicalmente distinto al del día anterior. Todavía se le veía radiante de salud y exudando una increíble sen¬sación de calma interior. Pero lo que llevaba me inquietó un poco.
Iba enfundado en una larga túnica roja provista de una capucha azul con bordados. Y aunque estábamos en julio y hacía un calor sofocante, él llevaba puesta la capucha.
–Saludos, amigo –dijo Julián con entusiasmo.
–Hola.
–No pongas esa cara, ¿qué esperabas, que llevara un traje de Armani?
Los dos nos echamos a reír. Julián no había perdido un ápi¬ce de su agudo sentido del humor que antaño me había entrete¬nido tanto.
Mientras nos relajábamos en mi atestada pero confortable sala de estar, no pude evitar fijarme en el complicado collar de cuentas de madera que llevaba al cuello.
–¿De qué son las cuentas? Son muy bonitas.
–Te lo contaré después –dijo Julián–. Tenemos mucho de que hablar esta noche.
–Pues al grano. Hoy apenas he dado golpe de lo nervioso que estaba por nuestro encuentro.
Además, su historia era absoluta¬mente fantástica. Imagínese: uno de los mejores abogados del país arroja la toalla, vende todas sus posesiones terrenales y emprende una odisea a pie por el norte de la India, para regre¬sar convertido en profeta del Himalaya. No podía ser verdad.
–Venga, Julián. No me tomes más el pelo. Todo esto em¬pieza a parecerse a una de tus bromas. Apuesto que has alquila¬do la túnica en la tienda de disfraces que hay en frente de mi oficina.
Julián me miró largamente.
–No me interpretes mal. Yo te respeto, John. Siempre lo he hecho. Sin embargo, igual que esta taza, tú pareces estar lleno de ideas propias. ¿Cómo van a entrar más, si no vacías primero tu taza?
Me impactó la verdad de sus palabras. Julián tenía razón. Mis años en el conservador mundo de la abogacía, haciendo siempre las mismas cosas con la misma gente que pensaba las mis¬mas cosas cada día, habían llenado mi taza hasta el borde. Jenny siempre me estaba diciendo que deberíamos conocer gente nueva y explorar nuevas cosas. «Ojalá fueras un poco más aventurero, John», solía decirme.
–John, ésta es la primera noche de tu nueva vida. Sólo te pido que pienses en los conocimientos que voy a compartir contigo y que los apliques durante un mes con total convic¬ción. Toma estos métodos confiando en su efectividad. Hay una razón para que hayan sobrevivido millares de años: es que fun¬cionan.
–Un mes me parece mucho tiempo.
–Invertir 672 horas de trabajo interior para mejorar pro¬fundamente tus momentos de vigilia para el resto de tu vida es una ganga, ¿no te parece? Invertir en ti mismo es lo mejor que puedes hacer. No sólo conseguirás mejorar tu vida sino tam¬bién las de quienes te rodean.
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